Una de las reformas electorales pendientes en México, y que es fundamental en esta era de la inmediatez digital que está impactando en la democracia, es la que nos permitirá transitar hacia el sufragio electrónico para elegir representantes a los puestos de elección popular.
Hoy, la ciudadanía se expresa a través de las nuevas tecnologías y se acerca cada día en mayor proporción a ellas; participa en la red abordando los asuntos más importantes del país, exponiendo sus ideas, manifestando sus opiniones, e incluso hasta introduciendo demandas al Estado.
Las nuevas herramientas tecnológicas incluyen posibilidades que se han convertido en un valioso potencial para fortalecer el trabajo de las instituciones electorales, y con ello elevar la calidad de la democracia en nuestro país. Y es que el paso hacia el uso exhaustivo de la tecnología en los procesos democráticos está plenamente justificado, pues así nos lo demuestra el mundo: mientras que México es el país con el gasto electoral más elevado del continente con un costo por elector de 17.2 dólares en promedio; Brasil, donde sus ciudadanos votan en urnas electrónicas desde 1996, es de sólo 0.29 dólares.
La discusión sobre la posibilidad de instalar urnas electrónicas en los procesos electorales del país no es reciente. El Instituto Federal Electoral ha estudiado cómo implementar este modelo, e incluso a nivel de elecciones locales se han hecho pruebas exitosas como en el caso de Coahuila en 2005. Por tanto, debemos reconocer que el problema no es de orden técnico, sino que se instala en los terrenos de la cultura política.
En este punto, vale la pena mencionar que, de acuerdo a los datos recopilados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México se encuentra entre los países miembros con menor nivel de confianza entre las personas, tan sólo un poco más del veinte por ciento de los mexicanos confían en los otros; mientras que en Noruega, esta cifra casi llega al noventa por ciento. Es decir, la tecnología no nos llevará a modernizar nuestra democracia por sí misma, también debemos fortalecer el capital social de las instituciones y entre los ciudadanos, para de ese modo confiar en la veracidad y eficiencia de las innovaciones relacionadas con nuevos mecanismos de votación.
El cambio tecnológico es inminente y para disfrutar de sus ventajas tendremos que pasar de una cultura de la desconfianza hacia una donde rescatemos el valor de las instituciones y veamos en la política el camino para resolver en conjunto nuestros problemas.
México necesita establecer un orden social que nos permita, de la mano de la tecnología, desarrollarnos y alcanzar el progreso que tanto anhelamos los mexicanos. Estoy seguro de que sí podemos.
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